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Tras el terremoto de febrero pasado, la actividad vinífera del Valle de Colchagua retomó rápidamente su proceso productivo en viñas y bodegas, cosechando toda la uva que particularmente este año tendrá efectos positivos en la emblemática cepa Carmenère.
Según explicó el enólogo de Viña Estampa (empresa que forma parte del cluster Vitivinícola de la Agencia Regional de Desarrollo Productivo de O’Higgins a través de la Ruta del Vino), Ricardo Baettig, la primavera fue fría, lo que produjo un retraso en la floración y en la cuaja, por lo tanto hubo menos kilos de uva.
“En valles fríos se produjo una merma más significativa, como el hecho que se quemaran durante la misma época las yemas primarias, por lo que en algunos casos brotó yema secundaria, es decir, racimos más chicos que tienen un retardo mayor y que aparecen más tarde”, aseveró.
Baettig agregó que el verano fue en promedio 4 grados más frío, pero las altas temperaturas ayudaron en parte a recuperar el retardo producido por la fría primavera, “y además, fenológicamente la planta -por su propia fisiología-, a medida que pasa el tiempo y se acerca el otoño, acelera por ella misma la maduración de su uva”.
De acuerdo al experto, el retraso en el proceso de vendimia significa que si no hay lluvia es necesario esperar más tiempo para cosechar y que la uva madure, y en un año más frío, ésta mantiene una mejor acidez y grados alcohólicos más bajos, haciéndose necesario el manejo que cada enólogo hace con la parte fenólica de la planta.
Considerando los aspectos de acidez y gradaje alcohólico, Baettig explicó que cepas como el Carmenère y Syrah, son los que tendencialmente tienen acideces más bajas, sufren más la falta de este indicador, lo que conlleva a que naturalmente una planta sea más equilibrada y finalmente también el vino.