¿Qué pasó?, los bancos e instituciones financieras captan dinero de quienes tienen excedentes y lo ofrecen a quienes lo necesitan. Hasta aquí todo bien, pero si los prestamos se hacen sin un análisis de riesgo riguroso comienzan los problemas. Y eso fue lo ocurrió en Estados Unidos.
A ellos se sumó el diseño de instrumentos de inversión estructurados en base a grupos de deudas hipotecarias cuyo riesgo era prácticamente desconocido. Estos documentos se transaron en bancos estadounidenses y mundiales, lo que explica el alcance de la posterior debacle.
Estos instrumentos financieros habían sido generados con créditos otorgados con políticas de crédito poco rigurosas y a muy baja tasa de interés. Por ello, una vez que las tasas comenzaron a incrementarse y normalizarse, los deudores hipotecarios comenzaron a no pagar sus deudas y estos papeles estructurados comenzaron a reflejar su alto nivel de riesgo.
En ese momento los bancos tuvieron que enfrentarse a su nueva realidad: instrumentos que estaban bajando de precio y cuya demanda era cada vez más escasa. Esto se tradujo en alzas en las tasas de interés de los préstamos interbancarios, originada en la imposibilidad de vender estos productos. Pronto, esta realidad afectó el flujo de fondos a nivel de todo el sistema. Este escenario antes descrito puso en serios problemas a los actores más poderosos de la banca, que vieron como el precio de sus activos caía. La baja credibilidad en el sistema y la continua intervención monetaria implicó además que personas y empresas actuaran con cautela en sus gastos e inversiones.
Como se aprecia la crisis comenzó en un sector muy particular de la economía estadounidense, pero su impacto termina por afectar todo el sistema bancario y, por extensión, a toda la economía. Y en un mundo global, a todo el planeta. Los efectos de estas turbulencias se traducen en una caída del ritmo de crecimiento en países como China y recesiones económicas, como sucede en Estados Unidos y países de Europa.